A pesar de que, en los últimos meses, la inflación se encuentra desbocada, lo cierto es que no siempre ha sido así, al menos en España. De hecho, es una situación totalmente excepcional, causada por un conjunto de circunstancias que difícilmente tienen lugar al mismo tiempo.
Según datos del Instituto Nacional de Estadística, la inflación, medida a través del índice de Precios al Consumo (IPC) ha subido un 18,2% en los últimos diez años, en torno a un 1,6% anualizado. Sin embargo, no siempre ha crecido del mismo modo, ya que España se ha enfrentado incluso a periodos de deflación.
Pero, ¿cuál es la historia de los precios en España en la última década? Hagamos un repaso de lo que ha ocurrido en los últimos diez años, y qué podría ocurrir en un futuro.
La primera etapa comprende los años posteriores a la crisis de las hipotecas subprime, que tuvo lugar durante los años 2010 a 2013. En este periodo, la situación económica se caracterizaba por el crecimiento económico después de una elevada caída del PIB. En consecuencia, la inflación crecía a unos niveles todavía elevados, de entre el 2,40% al 3,00%.
Sin embargo, esta época también tuvo lugar un hecho sin precedentes: el riesgo de que el euro colapsara y se llevase por delante alguna de las economías europeas, entre las que se encontraba España, era un hecho. De hecho, algunos países como Grecia estuvieron a punto del default, y otros como Chipre tuvieron que decretar un corralito para evitar su quiebra.
En estas circunstancias, el Banco Central Europeo pasó a la acción, y Mario Draghi, que por aquel entonces era su presidente, dijo su ya célebre frase: “Haré lo que sea necesario para salvaguardar el euro… y créanme, será suficiente”. Desde aquel momento, sacó todo su arsenal monetario, con una batería de medidas no convencionales que tenían como objetivo evitar la ruptura de la moneda comunitaria.
La política monetaria del BCE, que seguía también a las llevadas a cabo por la Reserva Federal, cumplió con su objetivo. Las economías europeas consiguieron salvarse de la quiebra, gracias a que los bancos centrales comenzaron a comprar la deuda soberana de los países a tipos históricamente bajos.
Sin embargo, y pese al crecimiento económico vivido durante aquella época (en 2014 y 2015), la deflación se instaló en la economía, con caída en el nivel de precios superiores al 1%. Era un acontecimiento sin precedentes, ya que nunca se había dado esta paradoja aparentemente tan antieconómica.
Sin embargo, la situación tenía un motivo principal: el hundimiento del precio del petróleo, de alrededor de 62 dólares el barril de Brent, que rápidamente se trasladó al IPC. Pero también el hecho de que nos encontrábamos en una época caracterizada por la transformación digital de la economía, lo que aumentó la productividad y redujo los costes de algunos productos, especialmente los tecnológicos.
La batería de medidas monetarias de los bancos centrales no estaban teniendo el efecto deseado, al menos en lo que aumento de precios se refería. Por eso, tanto la Reserva Federal como el BCE y otros bancos centrales importantes redoblaron esfuerzos con el objetivo de mantener la inflación en el objetivo del 2%.
Esta situación se mantuvo hasta 2020, con una inflación que a duras penas superaba el 1,50%. Esta situación de atonía en los precios contrastaba con el incremento de precios inmobiliarios y de la bolsa, que experimentaban relevantes subidas sostenidas en el tiempo.
Y en estas circunstancias llegó la pandemia de la covid-19. La economía prácticamente se paralizó durante varios meses, lo que hizo caer el PIB de forma abrupta, con un efecto importante en el nivel de precios. El barril West Texas Intermediate, el que se usa como referencia en Estados Unidos, incluso llegó a cotizar en negativo en abril de 2020, ante la dificultad de mantener las reservas.
En 2021, la inflación en España empezó a subir, y llegó a su mayor nivel en 30 años en marzo de 2022, al llegar al 7,4% según datos del INE. Esta cifra no se alcanzaba desde julio de 1989 y no se superaba desde diciembre de 1986.
Entre sus causas se encuentran varios factores que han confluido al mismo tiempo: por un lado, la grave crisis de componentes a los que se está enfrentando el mundo, y no solo España. Esta situación ha sido provocada, entre otras cosas, con la acelerada reapertura de la economía después de la pandemia o los problemas de los países productores de las materias primas.
Sin embargo, si hay una razón de peso que haya provocado esta alta inflación, esta no ha sido otra que el aumento del precio del petróleo, en lo que ha influido la guerra entre Rusia y Ucrania. Desde que estalló el conflicto, el 24 de febrero, el precio de la gasolina ha subido un 13,7%; y el diésel, un 19,1%, de acuerdo con los datos del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico.
Según estimaciones del Banco Central Europeo, la inflación podría comenzar a descender a mediados de 2022, conforme la oferta vaya ajustándose a la nueva demanda después de la crisis sanitaria y el mercado vaya anticipándose a los nuevos precios de la energía.
Sin embargo, y dado que las actuales situaciones que estamos viviendo no tienen precedentes en la historia, este escenario puede ser diferente. Puede que la recuperación en el índice de precios tarde más tiempo en recuperarse y volver a niveles normales.
Además, esta inflación puede influir en el aumento de los salarios, lo que puede conducir a una espiral inflacionista de la que será más complicado salir. Si las empresas y los sindicatos piensan que la inflación puede subir en el futuro, podría subir también.
En definitiva, la situación es de incertidumbre, pero todo hace indicar que esta situación se mantendrá así en el tiempo.